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"Jesús, que mi pobre corazón sea un paraíso donde vivas Tú: que el ángel de la guarda lo custodie con espada de fuego con la que purifique todos las afectos antes de que entren en mi pobre corazón (Cuadernos IV n. 397, 17-XI-1931)
Guardar el corazón es, pues, cuidarlo, mimarlo, educarlo, exigirle cuando se pone tonto. Como en un jardín, se le riega y se le abona, se le limpia y también se poda y a veces se arrancan los árboles dañados por la procesionaria para que no afecte a los demás. Y no dejamos que entren animalejos ni alimañas, por eso vigilamos las entradas que son los sentidos externos, la vista (que trata de trabajar por la calle, en la tele, en Internet, que se fija demasiado en las personas con las que trabajamos o tratamos), el oído (en conversaciones, en la radio), el gusto en general (comidas, aficiones, inclinaciones) para que en nuestro corazón entren muchas cosas y personas, pero siempre para servicio del Dueño del corazón.
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